El periodista Carlos Irusta lanzó Monzón, la biografía definitiva, libro que explora en profundidad la vida del boxeador que conquistó el mundo y la vida del hombre que se apagó en tragedia.
por Agustín Marangoni
Este hombre tiene las manos podridas. Así dijo el médico de la Lazio horas antes del combate con Nino Benvenuti por el título mundial. Acto seguido, agarró el maletín y se fue sin inyectarle la novocaína que necesitaba para mitigar los dolores. Monzón tenía problemas serios en los huesos, de chico había comido poco y mal, vivía en un rancho de barro y no había terminado tercer grado. Su primer problema con la ley fue a los ocho cuando se robó una olla de puchero. La policía lo trató con tanta violencia que desde ese día le quedó una antipatía a flor de piel por los uniformados. Y Monzón tenía muy buena memoria. Debe ser por eso que en el ring imaginaba que su oponente era el que le sacaba el pan de la boca a sus hijos. Ese sábado, 7 de noviembre de 1970, llovía en Roma. Un auto esperaba a Monzón en la puerta del hotel para ir al estadio, pero su entrenador Amílcar Brusa sabía que sin la inyección no iba a tener chances. Un minuto antes de salir llegó a las corridas otro grupo de médicos. Le advirtieron que el efecto duraría poco más de una hora. Faltaban cuarenta y cinco minutos para el inicio, es decir, Monzón iba a poder boxear hasta el sexto round sin dolor en las manos.
El knockout llegó en el duodécimo con un martillazo de derecha que todavía hace temblar la historia del boxeo. Monzón se coronó campeón mundial de los medianos. Su vida ya no sería la misma. Ni la de él ni la de nadie a su alrededor.
Este, tan espectacular, es apenas un momento en la vida del campeón argentino. El periodista Carlos Irusta, en su flamante libro Monzón, la biografía definitiva, lo toma como punto de inicio para trazar un recorrido de datos y anécdotas que se extiende desde sus primeros y humildísimos años en Santa Fe hasta el accidente que terminó con su vida el 8 de enero de 1995. A cuarenta años de aquella última pelea con Rodrigo Valdez, Irusta, que entrevistó decenas de veces a Monzón mientras fue cronista de El Gráfico, pinta escenas íntimas, interpreta el deporte de los puños sin tropezar en tecnicismos y dibuja un contexto histórico necesario para capturar la magnitud de su figura. Es una biografía escrita con la precisión de un periodista con casi cincuenta años de oficio, y con el oído astuto de un escritor que entiende sobre aprovechar el impacto de las sutilezas.
Según Irusta, la carrera de Monzón hoy le cae a una generación –cercana y no tanto al pugilismo– que lo conoce de nombre. “No había un libro que recree su época y que se ocupe completamente de él. Para los que les gusta el boxeo, leer la vida completa de Monzón es un atractivo”, dice Irusta. El libro tiene un plus: a medida que se avanza en la lectura, youtube es un complemento para apreciar resúmenes de los combates que cita, recuperar entrevistas y hasta escenas de películas. La estructura invita a ese diálogo interactivo.
– ¿Creés que todavía es un personaje polémico o la historia ya lo ubicó como un ídolo indiscutido del deporte argentino?
– Esa es una pregunta compleja. Creo que depende de la edad. Para la gente que lo vio pelear, a través de la televisión o en el Luna Park, sigue siendo lo que en realidad fue, un gran campeón. Él actuó en el cine porque fue un gran campeón de boxeo. Lo que pasó en Mar del Plata atañe al hombre no al profesional. Es un cierre de vida muy duro, que dejó abierta la polémica y el cuestionamiento. Si hablamos de la vida privada de otras grandes figuras también vamos a encontrar episodios complejos, pero muchas veces no los conocemos. Monzón tuvo una vida muy pública. Muy notoria. En Santa Fe, por ejemplo, lo quieren a Monzón como el gran campeón. No sé si es un personaje polémico hoy. Creo que la gran mayoría lo recuerda como el gran boxeador que fue. Pero claro, el femicidio de Alicia Muñiz exacerba la otra parte.
– El escribir es una actividad que hay que desarrollarla todos los días. Yo llevo escribiendo casi una crónica por día desde que tengo quince años. En realidad, dejé que el libro me llevara. Tenía la idea de hacer un libro que fuera y viniera, que no fuera un relato puro, único, directo y con capítulos muy largos. Quería que los capítulos se engancharan a lo largo de la historia.
– Escribís una crónica por día desde los quince años. Acá trabajaste un libro completo. ¿Cómo fue darle estructura a esta obra? ¿Cómo fue el salto de una crónica a un libro?
– Cuando hablamos la primera vez con la gente de Un caño, lo primero que me dijeron fue que tenía que tener cuatro partes por lo menos. Y yo estuve de acuerdo. El comienzo, el auge del campeón que se enlaza con su romance con Susana Giménez y el final, que es el asesinato de Alicia Muñiz, la cárcel y su muerte. Una tarde, Gustavo Béliz, que tiene una larga experiencia en libros, me aconsejó hacer una guía, un esqueleto. Entonces dejé que me llevara mi memoria y mis apuntes. Todas las semanas me sentaba en un café para ordenar las cosas que no me debían faltar.
– Me imagino que te apoyaste en mucho material de archivo…
– Después de armar el esqueleto, apareció una etapa que fue muy fuerte porque pude acceder a los archivos de la revista Gente. Ahí empezaron a aparecer recortes, crónicas y detalles. Ahí apareció el Monzón retirado, lo cual me ayudó a reconstruir su vida. Además de que en ese entonces yo lo traté mucho a él. Me tomé el libro como una crónica gigante. En un principio me pidieron 350 mil caracteres. Pero entregué 700 mil. No podía parar de escribir. Cada cosa que aparecía la quería agregar. Un amigo, gerente de una cadena muy importante de librerías, me dijo que si el libro era bueno no iba a haber problema. Y así fue.
La biografía, además de dividirse en cuatro bloques conceptuales, se ensambla con capítulos breves. Mientras avanza la trama, también aparece Irusta en primera persona para compartir sensaciones y anécdotas personales al lado del campeón. Esos fragmentos están presentados con una tipografía distinta y se van intercalando entre combates o circunstancias de su vida privada. Irusta explica que durante el proceso de escritura se encontró con el problema que quería armar un documento periodístico, pero también quería agregar apreciaciones suyas. Las dos líneas mezcladas, consideró, no arrojarían un resultado efectivo. Entonces recurrió a una técnica que se utiliza en cine y en distintas series, donde los personajes construyen un paréntesis en la línea narrativa y le hablan a cámara para agregar elementos. Caso House of cards o la película Alfie. “Me pareció un buen recurso para ser sincero con el lector y contarle lo que vi. De este modo, pude personalizar el libro. Cuando llegaba el momento, arrancaba yo. No estuvo planificado, lo fui dosificando de acuerdo a cómo lo iba sintiendo. La idea fue explicar a Monzón en su contexto”, dice.
Así aparecen situaciones de alta tensión, por ejemplo cuando Monzón, en ese entonces enojado con la cúpula de la revista El Gráfico, le apoyó la zurda en la mandíbula a Irusta. No le pegó, pero dejó bien en claro que estaba molesto con lo que la prensa andaba ventilando de su patrimonio y su vida familiar.
– Me parece que para el periodista agregarle la característica de cinéfilo es interesante porque te permite mostrar, describir e insertar escenas de una forma distinta. Yo lo pude hacer poco, pero está presente. Creo que la escena más cinematográfica del libro surge cuando Tito Lecture le golpea la puerta de la habitación a Monzón para decirle que se aleja de su carrera. Eso no lo vio nadie. Ahí, modestamente, tomé elementos del cine para mostrar la situación. Eso lo maneja el narrador como quiere. El cine me atrae mucho, por eso volqué muchas referencias de la época. Además, Monzón trabajó en el cine. Eran cosas que me facilitaban los modos de contar.
– ¿Qué cosas descubriste de Monzón que no sabías?
– Creo que nada. Sí me llamó la atención el tema del casamiento de la hija. Fue una cosa fastuosa. Extraordinaria. Con coreografías, con Palito Ortega cantando, con Alberto Olmedo como animador. Eso habla de cómo fue Monzón como padre y del peso que tenía en el jet set. Por supuesto que hay anécdotas que no conocía, pero en sus rasgos, en el carácter, creo que estaba al tanto de todo.
– Con la distancia histórica. ¿Te cambió la imagen de él?
– Si se modificó fue para agrandarse. En realidad, el tema del boxeo profesional, hoy por hoy, se hace muy difícil de compararlo con el de antes. Muchos dirán que me quedé en el tiempo, pero es muy difícil. Cuando Monzón llegó a pelear por el campeonato del mundo, ya estaba casi en la noventa peleas. Además, un profesional extraordinario, siempre daba el peso, siempre estaba entrenado. Un pugilista que destruía a su oponente y no dejaba ninguna duda. La visión que me modificó es que realmente ha sido muy grande. Cuando ves la historia completa, que además del campeón indiscutido incluye a Passolini, a Susana Giménez, a Alain Delon, a Úrsula Andress… es algo magnífico. Un representante de jet set internacional.
– Y sí. Hace poco la famosa revista The Ring hizo un ranking con los mejores medianos de todos los tiempos. En esa publicación, que es probablemente la mejor del mundo, aparece primero Sugar Ray Robinson y en segundo lugar Carlos Monzón. Cuando vi eso me sorprendí muchísimo.
– Y sí, el único que lo superó en defensas de título fue Bernard Hopkins. El mismísimo Marvin Hagler perdió con Ray Sugar Leonard el combate con el que iba a empatar el record de Monzón.
– Te cuento una anécdota que iba a incluir en el libro y finalmente quedó afuera. Hace unos años, cenamos con Bernard Hopkins en un encuentro de la OMB, en Estados Unidos. Hopkins estaba sentado en una mesa. Nos arrimamos con Eduardo Bejuk para intercambiar unas palabras con él. Esa noche nos dijo “A mí me hubiera gustado pelear contra Monzón para saber si realmente yo era tan bueno y me la bancaba”. Tremendo elogio.
Los que le gritaban dale campeón. Los que le gritaban asesino. Irusta muestra en su libro la división de aguas que rodeó a Monzón los últimos años de vida. De la fama y el reconocimiento mundial a femicida, en tiempos donde todavía la figura del femicidio no estaba presente en la sociedad. Para 1988, los medios hablaban de crimen pasional, de asesinato, de muerte, ninguno de esos episodios se leía en la gramática de la violencia de género. Para Irusta, trabajar el femicidio de Alicia Muñiz, ocurrido acá en Mar del Plata, en una casa del barrio La Florida, casi treinta años después, fue uno de los mayores desafíos. Cubrió en el caso desde el minuto uno, pero sus vivencias, que sí le sirvieron para narrar los combates demoledores y el profesionalismo de los entrenamientos en el gimnasio del Luna Park, le quedaron desencajados para releer la página más oscura y final de Carlos Monzón.
– Esa fue la parte más difícil y más compleja. Creo que fue por ese tema que no me senté antes a escribir este libro. Incluso cuando me leían antes de editar, había cosas que me aconsejaron cuidar. Está todo en carne viva a nivel social. La abogada y árbitro de boxeo Julieta Gómez Martí agrega en el libro teoría sobre el femicidio y la figura pública popular enjuiciada prematuramente por la opinión pública. Para mi fue un tema muy complicado.
La prosa de Irusta cuida cada palabra en estos capítulos donde se enlazan zonas grises en relación a testimonios, peritajes y los resultados de la autopsia. Cada paso de la investigación respeta la pluralidad de voces que resonaron en aquellos años, pero la presenta desde una óptica actual, muy crítica en relación al hecho y sin perder de vista las circunstancias de Monzón, que se enmarcan –sin justificar a nadie– en el paradigma político y filosófico de otra época. Irusta rescata, por ejemplo, las declaraciones que Alain Delon le soltó sin titubeos al corresponsal de revista Gente en Francia. “Quién no le pegó a su mujer alguna vez”, dijo y fue tapa. Se armó revuelvo, obvio, pero no fue ni el uno por ciento de lo que hubiese sucedido hoy con una declaración de ese tenor. Desde 2017, la mirada del autor y las reflexiones de Gómez Martí conforman un análisis necesario y, ante todo, respetuoso con una problemática fundamental.
El libro termina con el choque en la ruta provincial N°1 de Santa fe. Irusta sobrevuela la tragedia con detalles y apuntes, una vez más, sobre el alcohol, el único contrincante invencible para Monzón. Las últimas líneas, escritas en mayúsculas, conectan sin querer el pasado y la actualidad, con una declaración de sentimientos tan creíble que conmueve. En estos tiempos de tanto periodismo de escritorio, Irusta muestra el valor del estar ahí. De haber sido parte. Sólo las combinaciones de la realidad pueden sacudir con una historia tan imposible. Desde ese lugar de privilegio escribió un libro extraordinario para el deporte y la cultura argentina.
Foto 1, 3, 4 y 5: extractadas del libro
Foto 2: Carlos Irusta y Sergio Maravilla Martínez en la presentación de la biografía, en Santa Fe. (Foto: Magdalena Diehl)